La culpa es una compañera constante en el proceso de recuperación de una adicción. Aparece cuando, después de un tiempo sin consumir y tras habernos sumergido en el tratamiento, comenzamos a ser conscientes del daño que hemos causado, tanto a nosotros mismos como a quienes nos rodean. En mi caso, incluso después de más de cuatro años sin consumir, sigue viniendo de vez en cuando. Es como una sombra que aparece cuando menos lo esperas, recordándote esos momentos que preferirías olvidar, pero que siguen ahí, marcados en tu memoria.
Durante el tiempo que estuve en activo, hice daño a muchas personas, y la verdad es que, en su momento, no lo veía o no quería verlo. Mentí, robé, manipulé… y no solo a gente que me importaba, sino también a cualquier persona a la que pudiera sacar algo para poder seguir consumiendo. La adicción me había convertido en alguien que no reconocía, pero lo peor es que mientras vivía todo eso, lo veía como algo «normal», algo «necesario» para poder seguir consumiendo. Es difícil de comprender, pero el consumo te quita la capacidad de razonar de manera clara y sensata.
Uno de los momentos más duros para mí fue cuando mi pareja, con nuestra hija recién nacida, tuvo que echarme de casa. No podía vivir conmigo, y no la culpo. Necesitaba protegerse a sí misma y a la bebé. No era seguro para ellas estar cerca de mí en ese momento. Ese es uno de los recuerdos que más me persigue, porque la culpa no solo es por lo que hice, sino por lo que dejé de hacer: por haber sido incapaz de estar presente para ellas en esa primera etapa de la vida de mi hija, y la de la familia que estábamos creando.
También recuerdo la sensación de haber arruinado económicamente a mis padres. Durante los años que estuve en activo, les robé más de lo que puedo recordar, y nunca fue suficiente. Cada vez que les mentía o los manipulaba para conseguir dinero, me decía a mí mismo que «sería la última vez», pero nunca lo era. La culpa por todo lo que les hice sigue ahí, y aunque ahora las cosas son diferentes, sé que el daño fue real y no desaparece de un día para otro.
La culpa como obstáculo
Una de las cosas más peligrosas de la culpa es que puede convertirse en una excusa para no avanzar. He visto a muchas personas, yo mismo incluido, usar la culpa como una justificación para recaer. Y es que la culpa es una emoción muy pesada, te atrapa y te hace sentir que no hay manera de redimirte, que no importa cuánto lo intentes, nunca será suficiente. Y, aunque pueda parecer irracional (y realmente lo es), volver a consumir se convierte en la única opción viable.
En mi caso, durante un tiempo, escondí esa culpa detrás de la rabia, sobre todo hacia mi pareja. Era más fácil culparla a ella que enfrentarme a mis propios errores. Llegué a creer que ella era «la mala», que me había echado de casa injustamente, que no me apoyaba lo suficiente. Me aferraba a esa narrativa porque, de algún modo, me protegía de enfrentarme a la realidad: el problema era yo. Fue un proceso largo, y no te voy a mentir, aún me cuesta algunas veces, pero poco a poco fui entendiendo que, aunque cometí errores, no era «culpable» de lo ocurrido mientras estaba bajo el control de la adicción.
Culpabilidad vs. Responsabilidad
Este es un punto importante que, personalmente, me costó mucho aceptar: aunque no somos culpables de lo que hicimos durante la adicción, sí somos responsables. La adicción nos controlaba, nos llevaba a hacer cosas que jamás habríamos imaginado hacer en otra situación. Cuando no tienes tratamiento, cuando ni siquiera sabes que tienes una enfermedad, poco puedes hacer. Pero eso no quita que ahora, estando en recuperación, tengamos la responsabilidad de tratar de arreglar lo que rompimos.
Aunque no somos culpables de lo que hicimos durante la adicción, sí somos responsables.
Ser responsable no significa que podamos borrar el pasado. No puedo devolverle a mis padres el dinero que les quité en ese momento, ni puedo cambiar el hecho de que mi hija creció sus primeros meses sin mí. Lo que sí puedo hacer es trabajar día a día para ser mejor, para no volver a caer, para pagar las deudas cuando sea posible, y sobre todo, para aprender de lo que pasó.
La responsabilidad ahora es doble: reparar, en la medida de lo posible, lo que destruimos, y no bajar la guardia. Es fácil relajarse cuando llevas un tiempo en recuperación, pensar que ya está todo hecho. Pero la realidad es que esta enfermedad nunca desaparece del todo. Podemos vivir sin consumir, podemos avanzar y reconstruir nuestras vidas, pero siempre debemos mantenernos atentos. No somos culpables de haber sido controlados por la adicción, pero sí somos responsables de nuestro futuro, y no debemos olvidar de dónde venimos.
Reflexión final
La culpa, aunque es una parte natural del proceso de recuperación, no debería ser una carga que nos impida avanzar. Hay que aprender a soltarla, o al menos a no permitir que nos hunda. Si algo me ha enseñado este camino, es que podemos ser responsables de nuestro presente y futuro, aunque el pasado esté lleno de sombras.
Podemos ser responsables de nuestro presente y futuro, aunque el pasado esté lleno de sombras.
No hay una forma única de lidiar con la culpa, cada uno tiene que encontrar su manera. Pero si algo he aprendido es que la clave está en el equilibrio: aceptar lo que hicimos, aprender de ello, pero no dejar que eso nos defina. Podemos empezar de nuevo, no es fácil, pero es posible. Y, además, nos lo merecemos.
Esta es una de las muchas reflexiones que quiero compartir sobre la culpa, porque es un tema que, al menos para mí, aparece una y otra vez. Si te resuena algo de lo que he compartido, o si tienes tus propias experiencias que quieras contar, no dudes en ponerte en contacto conmigo.