En el camino de la recuperación, las recaídas son una de las cosas que más tememos. No solo las nuestras, también las de los compañeros. Y es que cuando alguien cercano recae, se remueven muchas emociones: rabia, tristeza, frustración… Pero también es un recordatorio incómodo de que todos somos vulnerables, de que nadie tiene la recuperación asegurada.
En algunos casos, como el mío, pasar por las recaídas nos termina empujando a continuar y salir adelante. Pero en muchos otros, puede ser el principio del fin, complicando muchísimo la recuperación de quien la sufre. Por eso, nunca deberíamos contemplar la recaída como una posibilidad ni normalizarla como parte del tratamiento. Forma parte de la adicción, sí, pero no necesariamente tenemos que pasar por ella. Es mejor evitarla.
Este artículo surge porque hace poco un compañero del centro de día recayó. Cuando esto ocurre, se sacuden los pilares. Personalmente, ya no lo vivo como antes, pero sé que para los que llevan menos tiempo, puede sentirse como un terremoto.¿Cómo se enfrenta uno a estas situaciones?
Vayamos por partes.
Forma parte de la adicción, sí, pero no necesariamente tenemos que pasar por ella. Es mejor evitarla.
Cuando un compañero recae: la lucha contra nuestras emociones
La rabia y la decepción
Es inevitable sentir pena, impotencia y, a veces, hasta decepción. Incluso puede haber un punto de traición, especialmente si había una relación cercana con esa persona. Y mucha rabia. A menudo, esto pasa porque confundimos ser compañeros de tratamiento con ser amigos. Y aunque en muchos casos se crea una conexión por todas las horas que compartimos, no hay que olvidar que lo que realmente nos une y tenemos en común es la adicción. Con los años y la distancia del consumo, veremos con cuántos de estos compañeros terminamos construyendo una verdadera amistad.
Es duro, pero es una realidad: aunque nos duela que recaiga el de al lado. Es mejor que caiga él y no nosotros. Esto no es egoísmo, es supervivencia. En recuperación, bastante tenemos con sostenernos a nosotros mismos como para cargar con el proceso de otros.
Esto no es egoísmo, es supervivencia.
La envidia irracional
Sé que suena feo, pero hay que hablar de ello. En algún momento, yo también he sentido esa envidia absurda cuando alguien recaía. Es esa parte de la adicción que te susurra: «Él ha consumido y tú no». Como si perder todo lo avanzado fuera algo deseable.
Hoy, con más claridad, entiendo que esa envidia no tiene sentido. Consumir no es una recompensa ni un premio, pero cuando estás en las primeras fases de la recuperación, puede parecerlo. Hay que estar alerta con estos pensamientos porque, si no se trabajan, pueden convertirse en excusas para justificar una recaída.
¿Podemos salvar a un compañero que está a punto de recaer?
Aquí viene una lección importante: no podemos salvar a nadie. Por más que queramos, ese trabajo es personal. Si crees que un compañero está cerca del consumo, lo mejor que puedes hacer es trasladar tus dudas a los terapeutas. Ellos sabrán qué hacer.
¿Por qué no debemos intentar salvarlos nosotros? Porque nos podemos encontrar con todo tipo de reacciones: excusas, rechazo, agresividad, o incluso que nos inciten a consumir juntos. Al final, el riesgo es enorme y los resultados suelen no ser los esperados. Recuerda: bastante tienes con tu propia recuperación como para cargar con la de alguien más.
Una lección importante: no podemos salvar a nadie. Recuerda: bastante tienes con tu propia recuperación como para cargar con la de alguien más.
Las recaídas no llegan de la nada
Aunque a veces parezca que una recaída ocurre «de repente», la realidad es que suelen ser el resultado de cosas que no hemos trabajado: pequeños descuidos, mentiras que nos contamos, o ponernos en tratamiento solo con la intención de calmar las aguas.
En mi caso, mi última recaída llegó sin un plan. No había señales claras, no había un motivo concreto. Pero, mirando atrás, sé que todo se reducía a un gran error: estaba en tratamiento por los demás, no por mí.
Es algo muy común en las primeras semanas o incluso meses: nos empuja el miedo a perder a nuestra pareja, nuestra familia o nuestro trabajo. Pero tarde o temprano, esa motivación externa se agota. Si no hacemos el cambio para recuperarnos por y para nosotros, lo más probable es que acabemos como yo en ese momento: perdiendo tiempo, dinero y salud.
Si no hacemos el cambio para recuperarnos por y para nosotros, lo más probable es que acabemos recayendo.
El tiempo y la salud: dos tesoros en recuperación
El tiempo perdido duele, pero se puede recuperar si estamos vivos. El dinero va y viene. Pero la salud, una vez que se pierde, puede que nunca vuelva. Yo estuve cerca de esa situación, y créeme, no te lo recomiendo.
Cuando finalmente entendí esto, dejé de perder el tiempo y me comprometí de verdad con mi recuperación. No fue fácil, pero cada día que pasa agradezco haber tomado esa decisión. Porque la vida, con sus altos y bajos, tiene demasiadas cosas buenas y bonitas como para desperdiciarla atrapado en un círculo de autodestrucción.
Conclusión: La importancia de hacerlo por uno mismo
Las recaídas, propias o ajenas, nos enfrentan a verdades incómodas: no somos invencibles, no podemos salvar a otros, y este camino no es fácil. Pero también nos recuerdan lo esencial: nadie puede hacerlo por ti.
Si empiezas el tratamiento empujado por tu entorno, está bien. Es un comienzo. Pero asegúrate de darle la vuelta y hacerlo por ti, porque esa es la única forma de que funcione a largo plazo. Busca ayuda profesional, apóyate en la terapia de grupo, y no olvides que este proceso no se recorre solo.
La recuperación es un camino duro, pero merece la pena. Porque cada día limpio no es solo un día más sin consumir, es un día más en el que te eliges a ti, y eso, créeme, es lo más valioso que puedes hacer hoy.
Cada día limpio no es solo un día más sin consumir, es un día más en el que te eliges a ti, y eso, créeme, es lo más valioso que puedes hacer hoy.