Hoy quiero hablaros de la sensación de tocar fondo. Para mí, ese momento llegó cuando tuve mi última recaída. Esto ocurrió después de un ingreso de 7 semanas en un centro de adicciones, un lugar donde me aislé del mundo exterior y conviví con otras personas que, como yo, buscaban ayuda para superar sus adicciones. Entré en ese centro por un ultimátum de mi pareja: debía ingresarme y separarnos temporalmente hasta que yo estuviera mejor. Para protegerse a ella y, sobre todo, a nuestra hija de apenas 5 meses. Ese fue uno de los momentos más difíciles de mi vida, pero lo que vino después fue aún más espantoso.
Mi salida del centro
Una falsa sensación de control
Después de esas 7 semanas de aislamiento, finalmente me dieron el alta. Salí optimista, convencido de que esta vez lo lograría.
Era un viernes, y esa misma tarde asistí a una terapia de familia, donde estuvieron mis padres y hermana, que, aunque habían dejado de asistir por culpa de mis recaídas, volvieron a apoyarme. Creía que todo empezaba a mejorar, que por fin había encontrado la fuerza que necesitaba para seguir adelante. Al salir mi pareja me esperaba con mi hija. Me despedí de mis padres y hermana, y las acompañé a su casa, sintiendo que, aunque faltaban muchas cosas por trabajar, todo se iría poniendo en su sitio.
Pero… antes de despedirme de ellas, pasamos por una farmacia para comprar la medicación que tenía que tomar. Pedimos que nos dieran todo lo que tocaba. Y, al llegar a casa de un amigo que me ofreció una habitación para esos primeros días, se desató mi infierno. Entre la medicación que me habían dado, encontré benzodiazepinas. Yo nunca había consumido ese tipo de medicación, pero durante la primera semana del ingreso me la dieron para ayudarme en los primeros días. Y ahí, justo en ese momento, la enfermedad demostró lo fuerte que era. A pesar de sentirme seguro y convencido, y de que nunca había consumido ese tipo de medicación/droga, consumí las pastillas sin dudarlo. Y esa noche, todo lo que creía haber ganado se fue a la mierda en cuestión de horas.
Y ahí, justo en ese momento, la enfermedad demostró lo fuerte que era. Y todo lo que creía haber ganado se fue a la mierda en cuestión de horas.
La recaída
El verdadero infierno
Lo que vino después de esa noche fue un infierno. Me desperté al día siguiente tarde y aún bajo los efectos de las benzodiazepinas. Aun así, fui a terapia de grupo a las 11 de la mañana. No recuerdo con claridad cómo transcurrió esa sesión, pero sí que al poco tiempo me pidieron que saliera de la sala porque era evidente que iba intoxicado. Salí del centro acompañado de mi terapeuta, que me acompañó a casa de mi amigo para ayudarme a deshacerme de la medicación que aún me quedaba, aunque, no sé cómo, logré esconder una parte.
«Los días siguientes siguen siendo a día de hoy la parte más confusa de toda mi vida». Literalmente no recuerdo casi nada, y pongo en duda lo que puedo llegar a recordar. No respondía las llamadas, no abría la puerta a nadie y me sumergí en un bucle de consumo y autodestrucción que no sabía cómo parar. Consumí todo lo que tenía a mi alcance, e incluso volví a buscar droga, acosando a mi camello en su propia casa hasta que cedió a darme más droga sin pagar, con la condición de que no volviera a contactar nunca más con él. Esos días, llenos de dolor y desesperación, fueron la verdadera cara de mi enfermedad.
No era solo una lucha contra las sustancias, era una lucha contra mí mismo, contra la persona en la que me había convertido.
Era una lucha contra la persona en la que me había convertido por culpa de mi adicción.
El miedo
El comienzo de la rendición
Finalmente, llegó el martes (creo que era martes). Sin más droga que consumir y con un miedo enorme por lo que me estaba sucediendo, me rendí. Llamé a mi terapeuta, a mis padres, a mi pareja, a mi amigo… Por primera vez en años, sentí miedo. No era solo el miedo a quedarme sin sustancias, era el miedo a lo que la adicción me estaba haciendo, a la falta de control absoluto sobre mi vida y sobre mí mismo. Era el miedo de ver lo cerca que estaba de perderlo todo, incluso mi vida.
También sentí el miedo más aterrador posible, que es el de perder el control de mi mente. El simple pensamiento de sufrir alguna secuela por culpa de mi adicción, a día de hoy sigue poniéndome la piel de gallina. En ese momento, «tardé varias semanas en perder la sensación de que algo muy malo estaba pasando en mi cabeza, y no se quería ir».
Sentí el miedo más aterrador posible, que es el de perder el control de mi mente.
Ese día fue el día que finalmente dejé de consumir. No porque quisiera, sino porque había tocado fondo. Había experimentado un miedo tan intenso, tan profundo y real, que me hizo darme cuenta de lo poco que me quedaba si seguía por ese camino.
El fondo como el comienzo de la esperanza
Tocar fondo no fue el fin, aunque lo sentí así en ese momento. Fue el principio de mi verdadero camino hacia la recuperación. Fue la primera vez que experimenté lo que era estar completamente derrotado por la adicción, y a partir de ahí, con miedo y con dolor, comencé a construir una vida diferente.
Me gustaría poder decirte que si hoy comparto esto es para decirte que, por más profundo que sea ese agujero, siempre hay una salida. Pero no es así. Sé que cada persona tiene su propio «fondo», y algunos, lamentablemente, no sobreviven a él. Incluso soy consciente de que siempre se puede caer un poco más profundo. De hecho, siempre es así. Cada vez se cae más fondo. Yo creo que llegué cerca de ese fondo del que ya no se puede salir.
Mi historia no terminó en ese momento de oscuridad, y si estás pasando por algo similar, la tuya tampoco tiene por qué hacerlo. Pide ayuda y déjate ayudar.